domingo, 21 de agosto de 2011

Equipaje



1
La gente va y viene. Ayer teníamos un huésped y hoy ya no. Siempre hay individuos que hacen sus maletas y parten alegremente. Siempre los hay también que se marchan tristes porque saben, de hecho, que nunca en realidad estuvieron ahí; que nunca en realidad podrán marcharse de ahí; que uno en realidad jamás se va o se queda: que todo es simulacro y utilería cuando se trata de largarse.

2
Uno se va de una ciudad, de una casa, de una habitación, de una persona. Uno se va a veces de uno mismo. Uno, a veces, nunca vuelve.

3
Muchas veces hice y deshice esa maleta. La coloqué decidida en el umbral dispuesta a marcharme. Supongo que algo muy dentro me decía que esa historia terminaría así: con una mujer o una mujer dando un portazo, alejándose maleta en mano sin mirar atrás. Lo cierto es que una y otra vez desoí las voces que me ordenaban empacar con premura (con la inminencia de los desde siempre desplazados). Lo cierto es que las maletas sí estuvieron en ese umbral, lo que no imaginé entonces es que sería yo quien las bajaría por las escaleras y las metería en la cajuela de un taxi para asegurarme de que al fin te fueras.

4
No quise llevarme lo que no era mío. Empaqué sólo lo justo, lo necesario, lo que estaba absuelto de ti.

5
En esa historia nunca hubo maletas verídicas. Nunca las habrá. Todas las pertenencias están almacenadas e intactas. Un clásico ejemplo del nunca estuvimos ahí y ahí permaneceremos todo el tiempo. Una historia no inconclusa, no fallida, sino alterna, suspendida. Es decir, tal vez en otra vida, si hubiéramos sido otros, si hubiéramos sido los mismos. En esa historia las maletas, ficticias en todo caso, éramos nosotros: un hombre o un hombre que no llega a la cita y se queda entonces extraviado en el tiempo; un hombre o un hombre que no sabe la contraseña que no tiene pasaporte; un hombre o un hombre que aún no sabe quién o dónde o cómo. Algo así como equipaje perdido en estantes empolvados. Algo así como no eres tú, es el azar.

6
Empezamos a recibir invitados que llegaban con maletas de todos tamaños y colores. La casa se llenó de gente y en las habitaciones había ropa sobre la cama, zapatos por doquier, sábanas recién lavadas que serían tendidas para los recién llegados. Las luces hacia la calle daban voces de algarabía y los invitados iban y venían por los pasillos y parloteaban y pedían de comer mientras reían o charlaban de cosas simples. Hubo un momento, fue algo en verdad breve, en que sentí que las luces y los sonidos (es mezcla brillante) se confundían en una especie de silencio murmurante. Y sí, la cámara lenta de quien se sabe fuera de foco, la cámara lenta de quien entiende que todo lo que está pasando: los personajes que deambulan, el equipaje a medio deshacer, las invisibles huellas de lo que va y viene, en realidad no le pertenecen, en realidad ocurren en otra parte, en otra casa, en otro viaje que sucederá mucho tiempo después.

7
No quise entregarle mis pertenencias. Me resistí no con furia sino con tristeza y el forcejeo terminó cuando el ladrón se marchó con mi equipaje. Me quedé ahí en medio de una plataforma llena de gente ajena que ni siquiera volteó a mirar el desaguisado, el hurto, la felonía. Me quedé viendo cómo el hombre  se marchaba entre la multitud y no hice nada, no quise hacer nada, no pude hacer nada. ¿Tenía caso ir tras él? ¿Tenía caso llamar al orden y la autoridad? ¿Qué podía robarme aquel hombre que no me hubieran robado ya? ¿Qué podía llevarse que no pudiera recuperar? ¿Qué podía ser más terrible que perderme a mí misma?

1 comentario:

Anónimo dijo...

te amo sara