domingo, 20 de junio de 2010

Feliz día del padre gay



Cuando los activistas en contra de la adopción por parejas homosexuales despotrican argumentando el derecho de los niños a tener un padre y una madre convencionales (es decir, la figura idílica que la mentalidad hetero-monógamo-católica ha construido) por ser éste el arquetipo de un núcleo familiar sano y armónico, pienso en los recientes casos que movilizaron mediáticamente a la sociedad mexicana: el de Paulette Gebara y el del “Medeo” de Tepito. Padres heterosexuales que autosecuestran, asesinan, violan, venden y/o maltratan a sus hijos abundan. Basta con teclear el tema en algún buscador y una larga lista de ejemplos nos tendría pegados al monitor por horas, asqueados entre el morbo y la indignación.

La posibilidad de ser un mal padre no es ni remotamente una condición exclusiva de la comunidad LGTB.  La posibilidad de ser un mal padre es una potencialidad que compartimos todos los seres humanos, heterosexuales o no. Tristemente algunos activistas no se cansan de formular y difundir la imagen del padre de familia que por ser homosexual va a tener sexo delante de sus hijos o va a abusar de ellos.

Lo que ocurre con esta clase de prejuicios y estereotipos tiene que ver con lo que la novelista nigeriana Chimamanda Adichie denomina como “El peligro de una sola historia”. Cuando conocemos un país, un grupo social o una persona a través de una historia unívoca, desarrollamos una cortedad de visión que nos proporciona un pequeño ángulo, una ínfima rendija en el vasto horizonte de comprensión de la realidad. Así, como bien señala Adichie, si únicamente mostramos un aspecto de lo definido, el mexicano seguirá siendo para muchos no más que un “inmigrante abyecto” y los africanos no podrán ser sino “mitad demonios, mitad niños” habitantes de un continente envuelto en guerras y harapos. Si únicamente mostramos una parte de la verdad, condenamos automáticamente a ese país, a ese grupo social o a esa persona a no tener más voz que la nuestra.

Si yo hubiera seguido este patrón de conducta, si yo hubiera generalizado a partir de un solo aspecto, seguramente habría crecido pensando que la opción de tener un padre heterosexual no era, por mucho, la mejor. La última vez que vi a mi padre fue hace más de veinte años [Un hombre que aparece luego de años de no verlo, que aparece para desaparecer de forma definitiva. Esa es la idea que yo tendría de un padre: un extraño mago sin sombrero, ni truco, ni pañuelo].

Una historia única se forja a fuerza de cosificar a un pueblo, un colectivo o un sujeto. Repetir una y otra vez una idea hasta que ésta se vuelve verdadera, absoluta e inamovible a los ojos de los demás. El peligro de los estereotipos no es que sean falsos, sino que sólo nos muestran una parte del todo. Un individuo es siempre mucho más que su orientación sexual y la comunidad LGTB no es sólo los desfiles coloridos, los antros gay, el personaje del estilista jotita de las telenovelas, el cliché de la lesbiana peleonera odia-hombres y el travesti que se viste de Marisela.

Se tendrían que contar las Otras historias de todos los padres y madres de familia pertenecientes a la comunidad LGTB. Tendríamos que estar dispuestos a oírlas.

lunes, 14 de junio de 2010

Si quieres comer una jaiba rellena



Lo primero es despicar
quebrantar las coyunturas y extraer la pulpa
intacta, dócil, blanquecina

desahijar el caparazón, vaciar su vientre
y boca arriba, ya desnuda su coraza
y boca abierta, ya sin lengua ni médula
orear su sólida epidermis bajo el sol.

Después sólo hay que dar a la jaiba
lo que es de la jaiba, devolverle su entraña
salteada con cilantro y aceitunas
colmar los resquicios, las diminutas hebras
de pan molido cubrir la abertura
y luego sumergirla en la ígnea
en la crocante efervescencia del aceite.

Lo último es deshacerla

en el paladar sentir que resbalan
sus migajas de espuma y mantequilla
el efìmero regusto a carne de animal breve

beber un largo trago de cerveza oscura
escarbar sin pudor y dejar sólo briznas
en el cascarón de la roja sonrisa.