Cuando decidí estudiar filosofía hubo quien me advirtió sobre mi insensatez. Si de verdad fueras inteligente, me decían, estudiarías algo más productivo, algo que te permita ganar dinero, además ¿qué es eso de la filosofía? ¿Para qué sirve? Entonces no tenía respuestas, sólo sabía que quería estudiar lo mismo que Juan García Ponce, mi escritor favorito. A decir verdad nunca me propuse ser filósofa ni nada por el estilo, yo lo que quería era escribir. Específicamente escribir cuentos. Entonces llegué a redactar varios relatos que pretendían ser policíacos y de suspenso, incluso llegué a ganar un concurso a nivel estatal en el bachillerato. Sin embargo, no sé en qué feliz momento me desvié del camino narrativo hacia el de la poesía.
Recuerdo el primer poema que escribí. Era un poema sobre la muerte. Después, lo confieso, escribí muchos cursis versos de temática amorosa. En esa época, con apenas quince o dieciséis años, no tenía una idea clara de lo que era la poesía o la literatura. Creo que en general no tenía idea clara de nada excepto de que me gustaba leer y escribir. La lectura y la escritura siempre me han causado un profundo placer. Incluso los libros que me han hecho llorar o que me han herido de formas visibles e imperceptibles, incluso esos los he encontrado placenteros.
No fue sino cuatro o cinco años luego de haber terminado la carrera de filosofía que retomé mi propósito originario. Ingresé en talleres y cursos de escritura, escribí algunos libros de poesía primerizos, tentativos. Alguien que camina en la oscuridad por un pasillo. Dar algunos tumbos cuando se intenta llegar. No saber la dirección pero seguir insistiendo desde el extravío. Ése sería el estado de las cosas.
María Negroni dice que la palabra poética es un puente entre ningún lado y ningún lado, una consternación, un atajo para ir, de lo que todavía no ha sido a lo que, tal vez, nunca será. Después de tantos años pienso en esa adolescente que escribía versos en su máquina de escribir mecánica. Así, nada más porque sí, porque le gustaba cómo sonaban las palabras. Porque le asombraba que si las juntaba decían cosas que la hacían sentir ese ligero estremecimiento que aún sigo sintiendo cuando consigo escribir algo que me gusta. Cuando leo algo que disfruto.
Hoy 21 de marzo se celebra el día internacional de la poesía y no encuentro un mejor modo de celebrarlo que recordar cómo la poesía me tomó algún día de la mano y me ha hecho embarcarme en insospechados viajes. Aquí, para el festejo, un poema de María Negroni: habría que decir / un trazo / de ningún lado a ningún lado / o bien esa minúscula / alegoría de lo abstracto / el mundo / acaso / / efímerotejiendo / signos imprecisos / de un alfabeto olvidado / o estrellas / donde comienza el deseo / de no morir / y morir / esas ganas de arder / en lo incompleto / como un rojo que colmara / una ausencia con su ausencia / habría que decir lo que promete / una moneda a la absoluta / casa imaginaria / y trae siempre / lo que tuvo que traer / como deriva luminosa / de un fracaso.
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