domingo, 18 de abril de 2010

Repoblar / reinventar



Trazar una ciudad es trazar un lenguaje. Toda ciudad es memoria acumulada en calles y esquinas, en edificios y plazas, en la penumbra de las siluetas o los rostros de quienes nos miran desde esas fotografías antiguas, imágenes permeadas por la humedad que no hacen sino atestiguar que alguna vez ahí, donde ahora lo otro, la distancia, ese tiempo intraducible. Toda memoria es viaje, trayecto que hacemos de los hechos o las cosas hacia las palabras, hacia la construcción de significados. Por eso la arquitectura del recuerdo es siempre ambigua, interpretativa: hermenéutica; lo que erigimos en torno a un suceso es siempre un hito personal, la crónica particular de nuestras vidas. Sin embargo, de forma sincrónica, ese recuento de lo vivido al interior se encuentra vinculado de manera indeleble a uno más grande y colectivo, al que da cuenta del paso del tiempo en una urbe, al que nos convierte en engranaje de la urdimbre citadina.

Decir que la ciudad es el lenguaje de la memoria y la memoria navegación hacia uno mismo, no quiere decir otra cosa, sino que somos seres bifurcados entre lo efímero y lo permanente, entre el irse y el quedarse, entre la cornisa y el abismo. Todos tenemos la necesidad de alejarnos, dejar de ser, para ejercer luego la posibilidad del retorno. De ahí la nostalgia. Esa travesía de las costas hacia el interior. Esa ausencia del exilio que toda migración supone. Ese brumoso velo de una presencia paralela.

Las imágenes del pasado son indispensables cuando de evocar se trata. Tengo la fortuna de que parte de mi trabajo consista en estar contacto con esta clase de imágenes, pero no deja de asombrarme, y para ser precisa, no quiero que deje de asombrarme, el hecho de poder, a través de la fotografía, mirar desde nuestro siglo la imagen de un Tampico que fue de otros y que ahora nuestro. Ese Tampico en blanco y negro, con rostro a veces borroso, difuminado por la humedad y el polvo. Ese Tampico estático, robado al devenir. Me asombra pensar en esas siluetas que aparecen en las fotografías, en las personas que fueron y que ahora sólo ahí, en pequeños trozos de papel, en píxeles anónimos. Me asombra pensar que somos nosotros los que hoy caminamos esas calles, los que entramos al edificio de Hacienda, al Hotel Inglaterra, al edificio del ahora DIF, los que caminamos frente a Correos y Telégrafos, los que damos vuelta en cada una de esas esquinas del tiempo.

Evoco un texto del padre Carlos González Salas, Cronista Vitalicio, titulado “Los fragmentos de una crónica de la memoria”, cito: “Mi infancia en el puerto, los días infantiles que se llenaron de pequeñas alegrías y pequeñas penas, de ires y venires, de sucedidos al parecer sin importancia, constituyen aquella isla de oro y luz inmarcesibles sumergida en el fondo del mar de la conciencia. He buceado en ese mar para rescatar tesoros olvidados entre algas marinas, en la corriente espesa del tiempo. Enlazados a la existencia y palpitaciones de esta mi natal ciudad de Tampico, juegos, sitios, rostros, aconteceres, fragmentos de una microhistoria que allí está, dormida en el pasado íntimo y que es necesario rescatar en fragmentos con miras a fabricar una crónica urbana del recuerdo”.

No me cabe la menor duda, trazar un lenguaje es trazar una ciudad. Seamos los repobladores de la memoria de un Tampico reinventado, propio.

No hay comentarios: