La mayor parte de mi educación la he realizado becada. Estoy acostumbrada a llenar formatos, sacar innumerables copias y hacer envíos. Estoy familiarizada con recibir respuestas negativas y no cejar en mi empeño hasta conseguir mis objetivos.
Comencé a pedir becas para realizar proyectos de escritura desde hace cinco años. En 2006-2007 me otorgaron la beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. La obtuve la segunda vez que la solicité, pero debo decir que sé de escritores que tenían ocho años pidiéndola y no fue sino hasta su noveno o décimo intento que la obtuvieron.
Hace un par de semanas me enteré de que estaré por primera vez, y luego de cuatro solicitudes, becada por el Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico en su emisión 2010.
Me congratula la idea de que existan estos estímulos y desde luego me agrada más el hecho de ser merecedora de los mismos. Sin embargo la emoción y el agrado no me ciega. Aunque por una parte me consta (dado que he recibido becas y premios sin tener que recurrir a ninguna clase de “palanca” o “ayuda” que implique clandestinaje o corrupción) que algunos premios y becas son honestos, también sé de casos en los que los resultados se prestan francamente a la sospecha.
Jurados que conocen previamente los trabajos ganadores o que mantienen una relación laboral con los escritores premiados y no se abstienen de emitir su opinión en la deliberación; concursantes que averiguan quiénes serán los jurados y los contactan para abierta y descaradamente pedirle al escritor en cuestión que les entregue dicho estímulo; jurados que por rencillas previas o diferencias en sus filiaciones deciden vetar a tal o cual postulante; concursantes que inscriben proyectos que ya tienen realizados a convocatorias de becas que piden específicamente trabajos inéditos. La lista podría seguir, podría llenarse de nombres reales, pero no tiene caso.
Porque tengo un mediano conocimiento de todas estas situaciones es que me asombra la ingenuidad de los juicios que hace Celeste Alba Iris en su columna titulada “Ganamos la beca”. ¿Existe mano negra en la entrega de algunas becas y premios? La respuesta es sí mi querida Celeste. Pensar lo contrario, pensar que todo premio o beca es y ha sido impoluto, es de una inocencia que raya en lo infantil. Ya me gustaría que todos los jurados y postulantes fueran personas íntegras, pero lamento ser yo quien te diga que Santa Claus no existe y que toda institución es corruptible.
Celeste también afirma que quienes sospechan o cuestionan sobre los resultados de los programas de becas son personas resentidas o frustradas. No me considero lo uno ni lo otro. He sido beneficiada por diferentes programas, sé cuáles son las reglas y las excepciones del juego. Tengo los pies en la tierra y sé que el mundo de la cultura y las artes, por más etéreo y sublime que pudiera resultar para algunos, es igual de competitivo y pragmático que otros ámbitos. No nos queramos engañar Celeste, no ganamos cuando las becas se otorgan a personas que sólo las quieren para incrementar su currículum, que sólo las desean por el estatus que les confieren. No ganamos cuando las becas se asignan a proyectos mediocres ataviados con el engañoso ropaje de las apariencias y las pretensiones. Y en definitiva, no ganamos cuando los recursos son disfrutados por personas que no lo merecen.
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