Alguien la echaba de un café. Vete a otra parte, mira, allá, vete a esa esquina, aquí no puedes estar. Una mujer encorvada. Todos los años encima. Decolorados los cabellos. Hematoma en la frente. La mirada. Esa. De quien ignora dónde. Cuándo.
¿Qué tiempo es éste?
La sin respuestas. La muda. En esa me convierto. Qué se dice a una anciana perdida que con un hilo en la voz (voz que tiembla entre el ruido del tráfico y la gente que pasa de largo) te pregunta qué tiempo es éste. No y de ninguna forma le respondes enero catorce. No le respondes dos mil diez. No le respondes Tiempo Presente. No le respondes.
En el interrogatorio las palabras salen de tu boca. La sensación de que es otra quien formula los cuestionamientos. Otra la que responde.
¿Cuál es su nombre? Josefina ¿A dónde va señora? No sé, necesito tomar un taxi ¿Tiene dinero? ¿Sabe dónde vive? No ¿Le duele algo? Sí, es que me caí ayer ¿Dónde estamos? ¿Qué ciudad es ésta? Es Tampico señora, estamos en el centro de Tampico ¿Tú quién eres? ¿Eres de mi familia? ¿Dónde está la plaza? Quiero ir a la plaza, ahí van a pasar por mí.
Yo estuve ayer aquí y esta ciudad no es la misma.
Éste es otro tiempo.
Éste es otro tiempo, ya no es el mismo.
La mujer encorvada, Josefina, no puede caminar, arrastra con dificultad un pie tras otro. Sus pertenencias: una bolsa de mano negra y una bolsa de plástico con telas. Es posible que tenga sólo un par de días en la calle, no luce aún el desaliño de la indigencia. Es posible que la caída. La pérdida. El extravío.
La mujer y tú suben a un taxi, le dices que la llevarás al DIF, que ahí la atenderá un médico, que ahí la llevarán a su casa, con su familia. Le explicas al taxista que la encontraste en la calle, que no sabe dónde vive ni en qué época estamos. Ella insiste en saber de qué familia eres. Ella insiste en los nombres. La menor, te dice, es la menor de tres hermanos. Todo el trayecto pregunta por la plaza.
Al llegar es el taxista quien la ayuda a bajar. Será él quien entre a las oficinas solicitando ayuda. Será un policía el que se aproxime a la mujer y a ti para enterarse del asunto.
Tras los lentos pasos de la mujer encorvada. Tras la escueta explicación y justo, justo cuando un pie en el escalón, la mujer se arrepentirá. Podrás leer la sombra del miedo en sus ojos, en la expresión errática del que aún en la inconsciencia apuesta por la huída. No, dirá, y será enfática. Déjenme ahí en la iglesia o en una banca de la plaza. Quiero sentarme ¿Es que no hay aquí dónde sentarse? Van a venir por mí ¿Quiénes señora, quiénes vendrán por usted? Ellos, ellos van a venir por mí.
La dejarás en manos de los funcionarios y te alejarás. Al día siguiente sabrás, por casualidad, que la mujer encorvada enfureció, que hubo necesidad de cargarla, de forzarla a entrar a la ambulancia en la que fue llevada al Hospital Canseco.
Al día siguiente no podrás ya borrar de tu mente la pregunta y su mirada. Soñarás que eres tú, que esa mujer eres tú, en otro tiempo (¿qué tiempo es este?). Sospecharás que podrías ser tú esa mujer encorvada, ese extravío.
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