1
Desde mi cama, guarecida bajo las cobijas, mientras la tibieza de un té de canela con leche reconforta mi garganta, pienso en los indigentes. Sé lo que es no tener un suéter en un invierno crudo, aunque afortunadamente me es ajena la experiencia de tener que sobrevivirlo en las calles. Me consuela la idea de los refugios temporales, saber que habrá ahí una colchoneta y mantas, un caldito caliente para sus estómagos. Pero lo cierto es que en mis pesadillas lúcidas uno de los temores más enraizado es el de pertenecer algún día a la horda de harapientos que deambulan entre la mendicidad, la vagancia, la persecución y la demencia. Ser una indigente, dormitar en las aceras sin hogar ni cordura, sin nada. Es ése mi mal sueño.
2
“Hay un momento / en que uno se libera de su biografía / y abandona entonces esa sombra agobiante, / esa simulación que es el pasado. / Ya no hay que servir más / la angosta fórmula de uno mismo, / ni seguir ensayando sus conquistas, / ni plañir en las bifurcaciones. / Abandonar la propia biografía / y no reconocer los propios datos, / es aliviar la carga para el viaje. / Y es como colgar en la pared un marco vacío…” (Poesía Vertical, Roberto Juarroz).
3
Siempre me he preguntado cuáles son los detonantes, bajo qué circunstancias una persona se convierte en un ser de la calle. Es evidente la intrínseca complejidad de la indigencia de nacimiento, personas que nacen, viven y mueren a la intemperie. Vidas así. Sin embargo me obsesionan más las historias sobre personas que llevaron una existencia común y corriente, y luego, en algún momento sucumbieron al infortunio. Esa fractura, esa escisión sin retorno. No puedo apartar de mi mente la imagen de una horda de indigentes cuando leo que en América Latina la cifra es de más de 70 millones. Imaginarse eso. La idea de un purgatorio errante. Un peregrinaje perpetuo.
4
La colombiana María Betina fue aprehendida en 2006 luego de que se descubriera la naturaleza de su estafa: engatusar a indigentes con supuestos programas de ayuda, hacerlos firmar seguros de vida disfrazados de documentos de asistencia social, canalizarlos a refugios falsos en viviendas apartadas y matarlos para cobrar jugosas sumas por sus vidas, de antemano juzgadas inservibles.
5
1989, Guadalajara. El Mataindigentes y sus doce cadáveres sin reclamación. No poder evitar la referencia a los apóstoles. Aquí el disparo. El cese. La flagrancia. En la nomenclatura de Bauman “los no productivos”, “los cuerpos superfluos ya no requeridos”, “los desechables”, “los sobrantes”.
6
Pedí una bufanda para la tristeza, porque a mi decir, el frío la atrajo inevitablemente. Alguien por respuesta puso en mi mano virtualmente extendida (mano en todo caso de lenguaje mendicante) la poesía vertical de Juarroz. Híceme entonces varias bufandas con los hilos que de sus palabras. Híceme entonces de cálidos estambres para intentar paliar el frío.
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