¿Es la niñez un edén de dicha inocente o un tiempo de apretar los dientes y aguantarse? Si alguna vez te perturbó el ciego amor de tu madre y aún así quisiste que no poseyera otro presente sino tú; si alguna vez no entendiste qué sitio ocupaba tu padre desde su sombra invisible en el hogar y sin embargo lo convertiste en el espejo que medía la imagen de tu estatura y el sabor de tus ambiciones; si alguna vez sentiste que tu familia era inusualmente extraña, que te habían condenado a ser diferente, a nunca poder encajar en la normalidad de los demás; si alguna vez un viaje en bicicleta hacia el colegio fue la navegación de tus sueños hendiendo la niebla de una aventura infinita, sin oír otra cosa que el suave susurro de las ruedas; si alguna vez intuiste la libertad de la Belleza, la intensidad fluvial de los sentidos y fuiste capaz de oler y destilar el oscuro erotismo del Deseo; si alguna vez mentiste con el placer de saber que la verdad era sólo un juego y la ficción una realidad más verdadera que la Realidad; si alguna vez tuviste que adoptar religión y nacionalidad sin discernir ni siquiera si dios existía o no, ni si valía la pena pertenecer a un país sin héroes, un país lleno de extraños y discordia; si alguna vez no descifraste el lenguaje de los adultos y sus voces sólo emitían palabras transparentes que se deshacían como significados sin cuerpo; si alguna vez, a pesar del miedo a lo desconocido –ese monstruo sin rostro cuya mirada vacía te petrifica- pensaste: nada puede herirme, no hay nada de lo que no sea capaz… entonces, al leer, al internarte en Infancia: escenas de una vida en provincia, memorias autobiográficas de J.M Coetzee (Premio Nóbel de Literatura 2003) sabrás que ningún tiempo es suficiente cuando se ama un lugar de manera tan devoradora; que toda infancia es un laberinto, una patria derruida de la que somos habitantes exiliados, una ambrosia matricial que deseamos durante nuestras vidas, afanosa, imposiblemente reconstruir, sin alcanzar comprender de manera cabal que es ella nuestra ineluctable morada, que como ha escrito la española Rosa Montero, la infancia es el lugar que habitamos para siempre.
domingo, 2 de agosto de 2009
Infancia
¿Es la niñez un edén de dicha inocente o un tiempo de apretar los dientes y aguantarse? Si alguna vez te perturbó el ciego amor de tu madre y aún así quisiste que no poseyera otro presente sino tú; si alguna vez no entendiste qué sitio ocupaba tu padre desde su sombra invisible en el hogar y sin embargo lo convertiste en el espejo que medía la imagen de tu estatura y el sabor de tus ambiciones; si alguna vez sentiste que tu familia era inusualmente extraña, que te habían condenado a ser diferente, a nunca poder encajar en la normalidad de los demás; si alguna vez un viaje en bicicleta hacia el colegio fue la navegación de tus sueños hendiendo la niebla de una aventura infinita, sin oír otra cosa que el suave susurro de las ruedas; si alguna vez intuiste la libertad de la Belleza, la intensidad fluvial de los sentidos y fuiste capaz de oler y destilar el oscuro erotismo del Deseo; si alguna vez mentiste con el placer de saber que la verdad era sólo un juego y la ficción una realidad más verdadera que la Realidad; si alguna vez tuviste que adoptar religión y nacionalidad sin discernir ni siquiera si dios existía o no, ni si valía la pena pertenecer a un país sin héroes, un país lleno de extraños y discordia; si alguna vez no descifraste el lenguaje de los adultos y sus voces sólo emitían palabras transparentes que se deshacían como significados sin cuerpo; si alguna vez, a pesar del miedo a lo desconocido –ese monstruo sin rostro cuya mirada vacía te petrifica- pensaste: nada puede herirme, no hay nada de lo que no sea capaz… entonces, al leer, al internarte en Infancia: escenas de una vida en provincia, memorias autobiográficas de J.M Coetzee (Premio Nóbel de Literatura 2003) sabrás que ningún tiempo es suficiente cuando se ama un lugar de manera tan devoradora; que toda infancia es un laberinto, una patria derruida de la que somos habitantes exiliados, una ambrosia matricial que deseamos durante nuestras vidas, afanosa, imposiblemente reconstruir, sin alcanzar comprender de manera cabal que es ella nuestra ineluctable morada, que como ha escrito la española Rosa Montero, la infancia es el lugar que habitamos para siempre.
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1 comentario:
Hey, nunca podré olvidar lo que sentí en la parte que habla de las lenguas de las gallinas... fue horrible! je je je Pero me gustó mucho el librito. Le ponemos palomita. Saludos!
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