sábado, 8 de agosto de 2009

Seda



Hay libros que deberían venir con una advertencia. Un cintillo exterior que nos previniera sobre el modo en que habrán de cimbrarnos. Que nos dijeran claramente: voy a noquearte, no podrás levantarte de la lona durante el conteo. Que incluyeran, por ejemplo, un instructivo para sobrevivirlos, una guía práctica de actuación para aprender a fingir después de haber leído su última página, que todo sigue igual, que sigue siendo uno la misma persona y no ese otro, ese desconocido en el que, de forma irreversible, terminan transformándonos.

Esta semana leí un libro así. Lo compré el lunes y lo curioso es que ni siquiera revisé la cuarta de forros o la solapa, cosa que suelo hacer por lo regular para saber algo del autor. Tampoco era mi intención comprar libros ese día, en realidad sólo iba a comer pero al pasar por el área de libros de pronto una palabra: Seda. Ya antes me habían hablado de Alessandro Baricco [me habías hablado tú por vez primera]. Ya antes, en noviembre para ser exacta, lo había buscado en la FIL, pero curiosamente estaba agotado y no pude adquirirlo entonces. No creo en supersticiones ni en la idea de destino. Con los libros, con su llegada a uno, mi fe tiene sustento absoluto en el azar. Pero el azar, la casualidad y la coincidencia, como bien señala Cerebro (la científica alcohólica de Instrucciones para salvar al mundo de Rosa Montero) parecen tener un patrón, una norma que sigue una lógica no lejana a la racionalidad. Vasos comunicantes. De eso parece tratarse todo. La coincidencia es también ley: algo que se repite, que no llega solo, que nos sigue los pasos cuando cruzamos la calle.

Trayectos. Lo compré el lunes pero lo deposité en un extremo de mi mesa del comedor. Esa quietud de un libro que aún no. Mi lectura comenzó el martes. Leí Seda en el camión rumbo a mi oficina y de regreso a casa, en carros de ruta, en la antesala de oficinas, en periodos de espera. El miércoles, la con la mitad avanzada, de verdad quería huir de mi trabajo para seguir leyéndolo. Sin embargo la contención, la postergación. [Lo curioso es que en esa mesa donde reposó Seda su primera noche en casa, antes de ser leído, estaba también Nada, de Carmen Laforet. El azar como un llamado intertextual. Estaba ahí porque voy a prestarlo. Estaba ahí porque es un libro de esos que debía haber llegado a mis manos con advertencia]

La tarde del miércoles, luego de comer, recostada en mi sofá. Ahí el último tercio que faltaba por leer. Esa nostalgia por las cosas que nunca se vivirán de la que habla Hervé Joncour, su protagonista. Ese dolor extraño. [Las pequeñas agujas de las que te hablé, esas minúsculas astillas encajándose paulatinas, casi imperceptibles] La invisibilidad del fin del mundo.

De cómo la seda es nada y la nada es seda. De eso se trata todo esto. Este tejido [ese paso en el aire suspendido] que somos. La noción de la potencia y el acto aristotélicos. Ítaca. Este trayecto que somos.

Yo esa tarde sobre la lona. Sobre la lona que no vencida, no es lo mismo. Yo esa tarde sobre la lona: otra. Esta que ahora les advierte que no lean Seda. Que no lean Seda si no quieren ser otros, cambiar de nombre y apellido.

3 comentarios:

Carlos dijo...

Me gusta la forma en que reseñas. Tus palabras desatan insoportables ganas de secundar tus lecturas. De verdad que se antoja hacer a un lado la pila de libros urgentes y tareas que exigen respuesta inmedita, servir una taza de café y encender un cigarro antes de ser cimbrado por Baricco. Gracias.

Sara Uribe dijo...

Gracias a tí por tu comentario Carlos, estuve viendo tus blogs y a mi me encantó De los pos a lo hiper moderno y los puntos sobre las íes, después de leerte es un halago que te haya gustado mi texto. Saludos.Lo del café y el cigarro con Baricco, sí, es necesarísimo.

Ismael dijo...

Me he cruzado con tu post. Muy bueno. Si te ha gustado Seda, no te pierdas Novecento, un monólogo cortito. Y mejor aún, las novelas largas, sobre todo Tierras de Cristal y Oceano Mar.