Hay una casa frágil a orillas de esta playa dice el poeta, y es cierto, si nos asomamos a las páginas de este libro y observamos bien, a los lejos podremos ver una fracturada casa de palma que se alcanza a divisar entre el crepuscular horizonte de sus versos; y como Luis Aguilar desde su primer poema nos dice Welcome, nos da la bienvenida, cuando uno comienza a leerlo dan ganas de quitarse los zapatos y avanzar por la orilla de ese mar que las más de las veces parece estar en calma, pero que bajo su rostro de agua y vaivenes, oculta una imprevisible y subterránea marea que arrastra todo a su paso.
Leer a Luis es adentrarse en la frágil casa del deseo, en la efímera casa del fuego, en la sucia casa del miedo, en moradas donde hay infinitas ventanas, pero todas están bajo el pardo cerrojo del llanto, bajo el oscuro aldabón de la muerte; internarse en habitaciones donde hay espejos e incendios, donde el alma es una cacerola insomne y sucia, donde es necesario dejar un foco encendido para espantar el miedo, donde la nada es la suma final de los días que no fueron.
Quizá por eso en esta playa, en la playa de Luis el día siete no se adoran arquitectos de vacío, y uno da gracias a dios por no creer en él, por eso la memoria es una fotografía vieja que se consume, una traición de la nostalgia y la añoranza de lo divino, una solitaria liturgia donde uno asume que no hay Dios con respuestas para todo. Por eso sobre la mesa a veces hay piedras en lugar de pan, y en torno a ella se sientan la abuela ida, la madre enfermizamente viva y el padre muerto, por eso el horror es un lento ahogarse, un naufragio donde uno no recuerda lo que ha sido, donde el sol es una estaca y la madrugada un arma y el presagio de el desgarro.
Quizá por eso en este libro los manteles son amarillas sábanas y las sábanas manteles amarillos y uno devora y unge al mismo tiempo el cuerpo amado y desamado, el nombre de quien alguna vez nos dijo, ya no te quiero y a quien no pudimos discutirle nada, el invisible nombre del hombre o la mujer que son el infierno, nuestro infierno.
Quizá por eso la estructura de los versos, los cimientos de la casa que a lo lejos divisamos, son vigas oscilantes, son cuerdas flojas donde el ritmo y la elipsis son trapecistas y buzos y espeleólogos; por eso hay corchetes y dos puntos y diagonales y palabrasjuntas y frases enteras que se desgranan y llueven una a una como las lentas letras del sentido.
Quizá por eso la poesía de Luis es fugaz playa en la noche y es la breve mordedura del deseo y la humedad de un tulipán que flota entre sábanas sucias, entre pulcros manteles, entre un mar que es diáspora y escritura, entre el alma que es báculo, flama y palmera, por eso Luis, en este libro, una y otra vez escribe, escribe su nombre entre guadañas y caídas y escaleras, por eso Luis escribe su nombre, pero lo borra el mar.
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