Cuando alguien generaliza, por lo regular suelo dudar de la naturaleza de sus afirmaciones. Es claro que hay una enorme cantidad de temas sobre los cuales se puede generalizar adecuadamente. No es lo mismo decir “todos los vertebrados son seres que tienen estructura ósea” a aseverar que “todas las mujeres son malas conductoras”. Durante seis años impartí la materia de habilidades de pensamiento a nivel bachillerato y constaté en el ejercicio diario con mis alumnos que una de las habilidades que más trabajo les costaba adquirir era precisamente esa, la de formular generalizaciones adecuadas.
Pensemos en un ejercicio simple, yo les proporcionaba la siguiente frase a mis alumnos: “muchos jóvenes van al antro el fin de semana”. Les pedía que la “normalizaran”, es decir, que la convirtieran en una generalización correcta. La respuesta en exámenes y tareas de más de la mitad de mis alumnos era: “todos los jóvenes van al antro los fines de semana”, en lugar de “algunos jóvenes van al antro los fines de semana”. En su mente, la conversión o equivalencia pertinente del “muchos” al “algunos”, no existía. Ellos saltaban del “muchos” al “todos” con una facilidad asombrosa. Tras analizar con ellos las respuestas y cuestionarlos, lo peor de todo era que a pesar de estar conscientes del error, algunos se empeñaban en mantener su postura. Tuve alumnos que defendieron a capa y espada juicios de valor como: “todos los hombres son infieles”, “todas las mujeres se tardan mucho en arreglarse”, “todos los abogados son transas” o “todos los libros son aburridos”. Recuerdo el caso específico de un chico que, enojado, me pedía que en un examen le calificara como acertada la siguiente generalización: “todas las mujeres son unas interesadas”. Le dije: si esa afirmación es cierta, entonces tu mamá, tus hermanas y tu novia también lo son. Desde luego, repuso él, si por eso lo digo. Está bien, concedí, pero si dices “todas las mujeres” te estás refiriendo a TODAS LAS MUJERES que existen en el mundo, y dudo mucho que tú puedas conocer a las mujeres africanas, francesas, orientales, árabes, es decir, a la totalidad de las mujeres. El muchacho contestó “es que todas las novias que he tenido han sido unas interesadas que sólo se han acercado a mí por mi dinero”. Ah, le reviré, entonces ésa sí puede ser una generalización adecuada: “todas las novias que tú has tenido han sido unas interesadas”, pero eso, si lo queremos “normalizar”, sólo nos lleva a decir que “algunas mujeres son interesadas. Después de analizarlo el chico estuvo de acuerdo, pareció darse cuenta, tras algunos ejemplos más que sus propios compañeros le plantearon, que no podía hacer un juicio de valor sobre TODAS las mujeres. Es decir, me parece que se percató de la naturaleza trascendente del uso de la palabra “todos”.
La materia de habilidades de pensamiento se cursaba dos horas a la semana durante dos semestres. Ese era más o menos el tiempo que me llevaba hacerlos cuestionarse su forma de razonar. Hacerlos darse cuenta de la gran cantidad de veces que emitimos generalizaciones apresuradas e incorrectas. De la ligereza con que solemos emplear la palabra “todos”. Y lo más importante: hacerlos percatarse que muchos de los prejuicios y actos de discriminación están afincados en estas generalizaciones falsas.
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