Arturo Castillo Alva afirmó en entrevista el domingo pasado que quien edite libros o revistas en Tampico es, cito, “un verdadero héroe”. Yo lo contradigo. Por principio de cuentas los proyectos editoriales en nuestra región no deberían entenderse como tarea exclusiva del estado, como Castillo Alva sustenta. Pensémoslo a fondo ¿de verdad será una buena idea que toda editorial o revista local esté a cargo de las instituciones culturales? ¿Será realmente apropiado depositar de manera unívoca en sus manos la decisión sobre quién merece ser publicado y quién no?
Coincido con muchos escritores y editores de diversas entidades de nuestro país cuya noción de editorial o revista independiente está menos glorificada y más acorde a un enfoque autogestivo de promoción cultural. Es por ello que me uno a la celebración de los meritorios esfuerzos de las editoriales Café Cultura y Voces de Barlovento, así como de las revistas Saloma, Síntoma y Anábasis. Vale la pena acotar que estas editoriales han sido financiadas por reconocidas promotoras culturales del puerto: Amparo González Berumen y Ana Elena Díaz Alejo, respectivamente. También debo decir que fue Saloma, revista en la que trabajé más de dos años, el lugar donde pasé por el más riguroso proceso de entrenamiento editorial. Ahí fui testigo y partícipe del placer de emprender la ardua, pero indudablemente gozosa travesía editorial, esa aventura que quizá sólo quienes hayan estado involucrados saben aquilatar a pesar de las tantas e inevitables vicisitudes. De Síntoma y Anábasis, ambas iniciativas ciudadanas, hay que señalar que la primera estuvo becada por el estado y la segunda por el municipio.
Forjar una editorial o una revista independiente en Tampico no es labor de héroes ni de mártires. Evidentemente un compromiso editorial demanda dedicación, oficio, disciplina. Pero qué actividad, qué proyecto, qué empresa cultural o no, que se desee realizar a cabalidad, no exige rigor si se desea alcanzar el éxito, la calidad. Lo digo así: se requiere oficio y disciplina, no sacrificio ni autoflagelación, porque cuando uno disfruta la acción de editar y de publicar, todo brío es poco, si al final en nuestras manos el libro, la revista, su olor a nuevo, a tinta, la palabra impresa. Se requiere, si se desea obtener recursos del gobierno, solicitar una beca municipal, estatal o nacional (no olvidemos que El Bagre, de Gastón Alejandro Martínez tuvo la beca Edmundo Valadés del FONCA).
En cuanto a las editoriales independientes ¿por qué no aprendemos a hacer libros con nuestras propias manos? Acabo de estar en Tijuana y Mexicali y conozco al menos dos proyectos de libros que se editan en la casa de los escritores: ahí se diseña, se imprime, se corta, se ensambla, se pega y quedan unos libros fabulosos, algunos incluso interdisciplinarios, intervenidos. Así que ¿por qué no simplemente dejamos de quejarnos y nos ponemos a trabajar? Digo, si es que de verdad nos importa que haya proyectos editoriales en Tampico.
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