domingo, 12 de septiembre de 2010

Barcos de papel



Con Carlos González Salas platiqué una sola vez en mi vida. A su casa, a su habitación, a la vera de la cama donde yacía me condujo Marco Flores, actual Cronista Vitalicio de Tampico. El asunto que en aquel entonces me llevaba a visitarlo tenía algo que ver con la presentación de un libro de un viejo amigo suyo. Recuerdo que aproveché la ocasión para obsequiarle un libro mío y él preguntó sobre el estado de las cosas con la literatura contemporánea en el puerto. Con apatía le dije lo sabido: que no había mucho que contar.

Esa fue la primera vez que lo vi en persona y la única que conversé con él. Sin embargo puedo decir que años atrás había establecido una suerte de relación con él, o más bien dicho, con sus libros. Me explico: hace aproximadamente una década el padre hizo una donación de libros a la biblioteca del Instituto de Estudios Superiores de Tamaulipas. No consigo precisar si todavía me encontraba ahí en calidad de universitaria o ya me desempeñaba como profesora, lo que si recuerdo es que ese acervo, el que había donado Carlos González Salas, lucía siempre solitario.

A ese acervo me acerqué y de ahí extraje para mi disfrute una gran cantidad de títulos de literatura, ciencias sociales y filosofía. No sería sino hasta mi ingreso como Jefa del Archivo Histórico que me encontraría directamente con la vasta obra escrita por el entonces Cronista Vitalicio y quedaría maravillada con la minuciosidad de los tres tomos de su Historia de la Literatura en Tamaulipas. Debo señalar que sólo por lo completo y exhaustivo de este trabajo me parece encomiable y difícilmente superable la labor como investigador e historiador que realizó Carlos González Salas; y lo anterior lo afirmo con el conocimiento de causa de quien ha leído las demás antologías sobre historia de la literatura en nuestro estado.

En días pasados el Archivo Histórico de Tampico y el ahora Cronista Vitalicio de Tampico, Marco Flores Torres, le organizamos un pequeño homenaje a Carlos González Salas. Se trató de un evento desmarcado de protocolos, más bien una reunión entre amigos. Por eso me dio gusto escuchar las anécdotas que cada uno de los oradores compartió. Ahí conocí a un Carlos González Salas impráctico, inútil para la vida ordinaria, un Carlos González Salas huraño que decidió amurallarse por un tiempo, un Carlos González Salas idealista y quijotesco, un hombre apasionado por el conocimiento y por su fe, un hombre entregado a sus ideas y a sus acciones, en suma: un hombre bueno, tal como lo describió el Lic. Compeán Vibriesca.

Ese mismo día, luego del homenaje, al salir del Archivo fui con mi compañera de trabajo Honoria a la casa del padre, me había comentado que Reyna, una de las muchachas que estuvo a su cuidado quería donar al Archivo algunas de las obras de su autoría, reconocimientos y diplomas. Así fue como por segunda vez volví a ese departamentito, ahora vacío sin el padre. Así fue como estando ahí supe que estaban en venta algunos de los libros de la biblioteca de Carlos González Salas y empecé a revisar el material previamente clasificado: literatura, filosofía y teología, entre otros rubros. Escogí algunos libros, casi todos de poesía, la mayoría de Octavio Paz.

Así es como ahora, de nuevo a través de sus libros (de sus anotaciones, de sus subrayados, de los pequeños papelitos que al descuido se quedaron guardados entre sus hojas), me preparo a entablar una relación bibliófila con los libros que alguna vez Carlos González Salas tuvo en sus manos, en su escritorio, en su buró, y que ahora yacen en la mesita al lado de mi cama.

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