Lo primero es despicar
quebrantar las coyunturas y extraer la pulpa
intacta, dócil, blanquecina
desahijar el caparazón, vaciar su vientre
y boca arriba, ya desnuda su coraza
y boca abierta, ya sin lengua ni médula
orear su sólida epidermis bajo el sol.
Después sólo hay que dar a la jaiba
lo que es de la jaiba, devolverle su entraña
salteada con cilantro y aceitunas
colmar los resquicios, las diminutas hebras
de pan molido cubrir la abertura
y luego sumergirla en la ígnea
en la crocante efervescencia del aceite.
Lo último es deshacerla
en el paladar sentir que resbalan
sus migajas de espuma y mantequilla
el efìmero regusto a carne de animal breve
beber un largo trago de cerveza oscura
escarbar sin pudor y dejar sólo briznas
en el cascarón de la roja sonrisa.
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