sábado, 16 de octubre de 2010

Escribir


Hace un par de meses viajé a Zacatecas con la intención de asistir a tres eventos muy específicos del “Hay Festival” (un festival de literatura, música y arte organizado por el gobierno del estado). El segundo de dichos eventos consistía en una charla donde escritoras jóvenes –dos de ellas nacidas en los ochenta (Valeria Luiselli y Brenda Lozano) y otra más nacida en los setenta (Socorro Venegas)– conversarían con la “consagrada escritora Cristina Rivera Garza sobre sus primeras novelas y sobre los retos de los jóvenes en el actual panorama literario de México”. Una de las cosas que más llamó mi atención en dicho ejercicio de diálogo fue el momento en que se suscitó el recurrente cuestionamiento sobre por qué escriben los escritores, y muy concretamente, sobre qué  impulsaba a estas cuatro mujeres en específico a ejercer la escritura a pesar de que vivimos tiempos duros, donde pareciera que la gente no lee y por lo mismo no importa si se sigue escribiendo o no y sobre qué se escribe. Lo que me sorprendió no fue la pregunta (que por lo regular siempre está agazapada y dispuesta a abrir sus fauces cuando se conjugan un micrófono abierto y un público frente a un escritor), lo que en verdad me pareció notorio fue que las dos escritoras más jóvenes no atinaran a formular una respuesta y sólo ofrecieran por contestación una incómoda alternancia entre balbuceos y silencio.


¿Por qué escriben los escritores entonces? A más de dos meses de aquel incidente la pregunta vuelve incisiva y retadora, la pregunta me interpela y me espeta: hacen falta respuestas. “¿No son éstos, tiempos demasiado apurados y violentos como para entretenerse haciendo versos?”, inquiere Marisol Vera en la última entrega de su columna, al mismo tiempo que apura una teoría para resolver dicha cuestión. La escritora tampiqueña apunta a que los escritores escriben para “recordarnos que existe lo bello aún en la sordidez”. Pero a decir verdad, si la ausencia de réplica de las nacidas en los ochenta no me dejó buen sabor de boca, tampoco esta salida romántica y fácil me convence. Digo romántica por aquello de la exaltación de La Belleza y digo fácil porque es una generalización, y como tal es falaz. Lo cierto es que nadie puede responder a una pregunta así formulada. Nadie puede saber con certeza cuál es la razón por la cual escriben “Los Escritores”. Lo que podemos contestar es por qué escribimos nosotros, qué es lo que nos impulsa de forma única a cada quien a optar por la escritura.


De cualquier modo yo no le apostaría a La Belleza como leitmotiv escritural. Las más de las veces la registro sólo como una sobrevaluada antigualla, como un estandarte demodé. Habría que ir más a fondo, habría que escudriñar, habría que descolocar todo lo ordenadito, lo pulcro, lo bien avenido. Habría que “testerear”.


“Necesitamos escribir nuestros libros de coraje, nuestros libros donde las víctimas no sean olvidadas. Decirle a los demás, con nuestras palabras, pintura, con el arte, que no dejaremos de no conmovernos con sus desgracias. Que la literatura sirva para algo más allá del goce, carajo”. Esta es la respuesta textual del narrador regio Antonio Ramos.


“Porque la escritura, por ser escritura, invita a considerar la posibilidad de que el mundo puede ser, de hecho, distinto. Porque el mecanismo secreto del texto es la imaginación (…) Porque la imaginación es otro nombre de la crítica y, éste, el otro nombre de la subversión. Porque el que escribe no se adaptará jamás (…) Porque utilizar el lenguaje o dejarse utilizar por él, eso es una práctica cotidiana de la política. Trastocar los límites de lo inteligible o de lo real, que eso y no otra cosa es lo que se hace al escribir, es hacer política (…) Porque, francamente, no sé hacer otra cosa”. Esta es la respuesta textual de la narradora tamaulipeca Cristina Rivera Garza.


“Uno escribe porque no hay ocupación más torpe y desdichada que vivir”. Esta es la respuesta textual de la poeta tampiqueña Gloria Gómez.


“Porque no hay otra cosa más que argüir contra la nada (…) para decir lo que no somos, para andar huyendo siempre, para abjurar lo impronunciable y esconderse entre azoteas y no dormir si no está uno cobijado a una palabra, escribir para que nadie nos mienta, para que nadie nos diga que estamos bien, que nos vemos ya más repuestos, escribir con la turbia sed de los toscos, de los que a pesar de todo nunca están contentos con la vida, escribir cuando ya nada hace falta, cuando de veras uno podría morirse y nada alteraría todas las demás cosas y nada redimiría todas las demás cosas”.  Esta es por el momento la mía. La pregunta sigue ahí, agazapada.