sábado, 28 de agosto de 2010

¿Es esto acaso una fiesta?



Mientras nuestro presidente insiste en tener razones para festejar el Bicentenario de la Independencia de México, aquí todos hablan de irse, de los que se están yendo, de los que hace tiempo se marcharon.

Abandonar un territorio, una ciudad, un país. Dejar las puertas abiertas, los cajones revueltos. La celeridad del fugitivo. El estrépito de la huída como una estela insalvable. Perder tierra, perder anclaje.

Los hay que planean la evacuación a McAllen o a Brownsville. Los hay que huyen hacia estados del centro o del sur. Alejémonos del norte, de los bárbaros y su progenie. Emigremos hacia parajes menos álgidos, susurran en sus noches de vigilia. Los que se marchan no lo hacen por gusto, nadie quiere partir del hogar. Se van porque temen que seguir viviendo aquí, tarde o temprano signifique no poder seguir viviendo. Irse.

Los que se van dejan atrás esos letreros que ahora vemos por todas partes: se vende o se renta casa, dicen. Los que se van no pueden olvidarse (estoy segura) de lo que aquí se queda. No pueden cerrar los ojos. Saben que tras de sí: arenas movedizas.
Los que se han ido, desde su lejanía me interrogan.

Los desde fuera, se han quedado aquí. Los que aquí nos hemos ido.

            ¿Cómo hacer una fiesta en medio de un luto que no cesa?
            ¿Cómo festejar el pasado desde este no-presente?
            ¿Cómo pensarnos independientes y en libertad si ya presos, si ya bajo el yugo de legítimos e ilegítimos tiranos?
            ¿Cómo festejar en un territorio, una ciudad, un país que día a día  desaparece?

            Esta tristeza es más que un número (setenta y dos), más que un encabezado invisible (inserte aquí el nombre de los nunca indiciados), más que la intuición del precipicio (inserte aquí sus temores) ( vuélvalos a insertar).

Mientras Aleks Syntek (pagado por el gobierno federal) intenta motivarnos al convite tarareando una canción que habla de otro país, de otras calles, de otro futuro que no es el nuestro.  Mientras recurre al baratísimo recurso de las voces infantiles que pretenden dar ese matiz esperanzador a una cantinela insulsa. Mientras el chantaje mediático (pero lucrativo) de “Iniciativa México” tranquiliza (porque trivializa y distrae) a las mortificadas buenas conciencias.

            Mientras esta tristeza se va haciendo más subrepticia y esta desesperanza se vuelve una certeza, en algún sitio cercano estalla otro recordatorio del caos y la incertidumbre. Un indicio del azar.

¿Mi sugerencia para Calderón? Hagamos una fiesta nómada: recorramos en caravana cada rincón de madrugada. Arrojemos serpentinas sobre los féretros. Arrojemos confeti en carreteras y calles intransitables, bloqueadas. Partamos el pastel y soplemos sobre las doscientas velitas en los hospitales donde los heridos, en las mesas vacías de los deudos, en las cárceles atestadas de los parias (los así despojados de toda humanidad por su propio primer mandatario).

Hagamos una fiesta sin memoria, un divertimento, un regocijo banal. A salud de los huérfanos, de los padres que han perdido a sus hijos, de las mujeres violadas, de los extorsionados y los que han padecido alguna vejación. Bebamos y cantemos. Encendamos otra vez la pirotecnia.


Puro teatro



A pesar de que me gusta mucho el teatro, casi no suelo ir a ver montajes tampiqueños. ¿La razón? La mayoría de las puestas en escena que he presenciado desde hace ya catorce años son malísimas. Malo el libreto, mala la escenografía, malas las actuaciones y mala la dirección. De las contadas obras que han valido la pena, y de quien a mi juicio ejerce la dirección y la creación artística cabalmente, ya he hablado antes en este espacio, así que no ahondaré ahora.  

Lo que sí me gustaría detenerme a analizar son las características y el nivel de calidad del tan cacareado XXIX Concurso Estatal de Teatro “Rafael Solana”. Y es que, con casi tres décadas de existencia, el certamen teatral con más antigüedad en el país dista mucho de ser un ejemplo de madurez o consolidación, tanto en aspectos relativos a la organización, difusión y logística, como en aquellos referentes al valor artístico de las obras ahí presentadas.

Números de belly dance sin respaldo argumental alguno; remedos de clowns más allá de lo amateur; “libretos originales” carentes de propuesta estética y plagados de lugares comunes; malas, malísimas actuaciones con participantes que no tienen ni un mínimo de aptitud para el manejo de voz y la dicción. La lista podría seguir, pero para qué aburrirlos. Que conste que no se trata de una generalización. Si hubo alguna obra que valiera la pena en el programa (y me refiero exclusivamente a las obras participantes, no así a las obras muestra), honestamente no tuve oportunidad de verla. La pésima organización y la falta de respeto que demostraron tener algunos directores y algunos organizadores para con el público asistente fueron las causales.

Especifico la obra en cuestión: la multipremiada “Macbeth”. La glosa es la siguiente: al director invitado (Medardo Treviño) y al organizador del evento (Demetrio Ávila) se les olvidó el “pequeño” detalle de advertir en el programa que el cupo para este montaje sería limitado. Lo acordaron ese día en la mañana, lo advirtieron al público unos momentos antes del ingreso. El resultado: un portazo en la nariz, aclaro: un literal portazo en la nariz para quienes no alcanzamos “boleto” (entre ellos un grupo de participantes provenientes de Reynosa). Ni les importó ni tuvieron la decencia de salir a ofrecer una disculpa o explicación, cómo para qué, en todo caso el tiempo del público, los compromisos cancelados para asistir son irrelevantes a su juicio, supongo. Habría que dejar bien claro aquí que la única persona que tuvo la amabilidad y responsabilidad de acercarse para brindarnos una disculpa así como opciones, fue Sandra Muñoz, a quien agradezco la gentileza de lidiar con nuestra justificada frustración.

Lo cierto es que no es necesaria una sesuda reflexión para saber por qué es tan deficiente la calidad del teatro no sólo en Tampico, sino en Tamaulipas –y que conste que esta opinión no es exclusiva de una servidora, han sido los propios jurados del concurso quienes en repetidas emisiones han puesto en evidencia, mediante juicios severos y contundentes, la poca o nula capacidad y talento de los teatristas tamaulipecos. ¿Qué, sino la ausencia de un programa sólido de formación y capacitación continua ha sido el caldo de cultivo para el cacicazgo de improvisaciones, inercias y corruptelas en torno al quehacer teatral en nuestro estado? ¿Qué, sino la ineficacia y desdén de quienes han estado a cargo de dicha tarea a lo largo de todos estos años?

sábado, 7 de agosto de 2010

Traileros, sangre y palomitas




FM
Hubo una temporada en mi infancia en que no podía dormir. Iba a la cama y simplemente me quedaba ahí, en la quietud de las sábanas y la oscuridad pero sin poder conciliar el sueño. Cuando los episodios de insomnio infantil se fueron haciendo más constantes y los remedios caseros para conciliar el sueño o incluso las gotas homeopáticas no resultaron, mi madre accedió a una peculiar petición de mi parte. Le pedí que me obsequiara unos audífonos que incluían una radio adaptada en cada uno los lados de las orejeras. Así, cuando las luces se apagaban y mi madre y mi hermana se disponían a dormir, yo encendía mi radio e iniciaba para mí un viaje inédito por carreteras y mundos distantes.

Resulta que por las noches sintonizaba un programa dedicado a los traileros. Eso, a los traileros que tenían que desvelarse en sus trayectos y a quienes los locutores trataban de mantener despiertos con las más diversas estrategias. El programa incluía diversas secciones que iban desde sangrientas, grotescas e increíbles historias de terror, hasta noticias extrañas, divulgación tecnológica y científica, notas de la farándula, recomendaciones de películas, información turística y, desde luego, un acompañamiento musical guapachoso y tropicalero, salpicado de recados o advertencias sobre tráfico y condiciones climáticas en las diversas partes del país. Los traileros por su parte se comunicaban a cabina para mandar saludos a sus novias, para pedir complacencias musicales o simplemente para opinar sobre los temas del programa.

Es así como durante un par de años (que fue lo que si no mal recuerdo me duró el insomnio), todas las noches hacía esos recorridos, a través del radio, a través de la voz de locutores y traileros por las imaginarias carreteras de un mundo que me parecía fascinante.

AM
Ya casi no escucho el radio ahora, pero cuando supe que Alicia Heredia estaría conduciendo un programa semanal de radio en TampicoCultural, me apresuré a sintonizarla en mi computadora. La primera emisión empezó algo tarde y por cuestiones de horarios no pude oírla completa. No hizo falta, un par de días después la escuché a través del podcast de la página.

“Sangre y palomitas” recibe al radioescucha con el característico sonido del microondas que avisa que podemos recoger nuestro rechoncho y humeante paquete, prestos a engullirlo. El formato es más o menos el tradicional: podremos escuchar algunas rolas o fragmentos de ellas (fondeando o sirviendo de pausas dentro del programa) y oiremos a sus dos conductoras (las mordaces Alicia Heredia y Maripili Hurtado) comentar algunas notas sobre televisión y cine (entre otros temas periféricos), así como interactuar con algunos miembros de la cabina.

Lo cierto es que si bien el formato y la idea en sí del programa no es nada nuevo bajo el sol, hacía un muy buen rato que no disfrutaba de una emisión tan desparpajada, tan sin falsos acartonamientos y con ese humor ligeramente ácido y mórbido tan característico en Alicia. La grata sorpresa para mí aquí ha sido Maripili Hurtado (con quien en realidad sólo había cruzado antes unas cuantas palabras en algunos eventos culturales), a quien descubro una (inter)locutora espontáneamente incisiva (si utilizara una metáfora para describir su rol en la mancuerna Heredia-Hurtado, sería como cuando las palomitas les pones limón y sal, no picante, sino sólo limón y sal, imaginen esa sensación en la lengua al probarlas, a eso es a lo que me refiero).

Así que desde ya me declaro fan de “Sangre y palomitas”. El horario es un poco difícil para mí (jueves de cuatro a cinco), pero para eso está siempre el podcast en TampicoCultural. Sintonícenlas, de verdad se los recomiendo (esta recomendación no aplica para pacatos, pudibundos y susceptibles).