domingo, 18 de abril de 2010

Islandia es aquí


Una nube de cenizas avanza hacia el sur de Europa. Las notas de prensa hablan de un volcán, pero cuando escriben “Islandia” yo pienso en María Negroni. Cuando hablan de erupciones y tráfico aéreo descontrolado, yo sólo puedo pensar en las cenizas de los que han perdido una contienda ajena, una que nunca decidieron emprender. Los que cayeron por nombre y por apellido. Los que colaterales son los menos, siendo en realidad Los Más. Yo pienso en la nube de tizne espeso que aquí y ahora nos circunda. En la invisible lava que por las calles y a deshora.

Dice María Negroni en su poema Islandia: “En un poema bélico, el aniquilamiento y la embriaguez son de ustedes. La osamenta para el alma, nuestra”. Y mientras evoco en sus versos la épica de un reino cuya estirpe de hombres tristes y violentos [“violentos como quien ha abandonado todo”] aprendió a ser feliz a su manera, pienso en las gaviotas de un “universo huérfano”, en el amotinarse de éstos nuestros sueños, en quienes péndulos bajo el declive del alba prorrogaron el asombro de su aparición en vano, en los que sólo nombrados en la huidiza imagen de un reflector anónimo.

Los periódicos y noticieros describen esas salas de espera, atestadas de pasajeros que durante días aguardan la cesación de la demora, frente a los mostradores de las compañías, boleto en mano, sin saber con exactitud cuándo regresarán a casa. Yo pienso en otras salas de espera, en las vigilias del duelo. Pienso en esa “compleja red de traiciones”, en este mundo que no termina de eclipsarse. En ese volcán que durante doscientos años permaneció dormido, hasta despertar un día para escupirnos sus emanaciones, ese hollín de años que bajo la tierra, bajo las aguas subrepticio. Y entonces sí, entonces en la ceguera pienso, en la nula visibilidad de un camino por la niebla tomado. Pienso en las fábricas de humo que con palabras construyen los que boca de vaho arrojan también humaredas de penumbra.

Son legión los que han quedado atrapados en un tránsito suspendido, dice google en uno de los resultados de mi búsqueda y yo pienso en esos otros que también atrapados se han quedado ahí, sin posibilidad de retorno.“Instalados en un punto de quiebre, un nudo de instintos contrapuestos. Puro desorden. Afectos altaneros y conatos. Unas ganas de todo. Cierta incapacidad del corazón, enseñoreándose. Se veían allí desfigurados. Embebidos en una imagen forzada de sí mismos, como quien teme verse desbordado por lo que desea ser. El embate inicial del odio a los intrusos no ha ocurrido ni la pobreza de implorar la tolerancia o darla. Ni el gusto por lo turbio. Ni el recurso triste de preparar la alegría. Todo es aún desastre en ciernes, esperanza. Mal digerido de golpe, lealtad y amor propio con el mundo y disposición a sufrir, sin alivios. La habían vivido en otro lado. Cuando el futuro era excesivo, el pasado inocente, tanto que parecía múltiple...” [María Negroni, Islandia].


Repoblar / reinventar



Trazar una ciudad es trazar un lenguaje. Toda ciudad es memoria acumulada en calles y esquinas, en edificios y plazas, en la penumbra de las siluetas o los rostros de quienes nos miran desde esas fotografías antiguas, imágenes permeadas por la humedad que no hacen sino atestiguar que alguna vez ahí, donde ahora lo otro, la distancia, ese tiempo intraducible. Toda memoria es viaje, trayecto que hacemos de los hechos o las cosas hacia las palabras, hacia la construcción de significados. Por eso la arquitectura del recuerdo es siempre ambigua, interpretativa: hermenéutica; lo que erigimos en torno a un suceso es siempre un hito personal, la crónica particular de nuestras vidas. Sin embargo, de forma sincrónica, ese recuento de lo vivido al interior se encuentra vinculado de manera indeleble a uno más grande y colectivo, al que da cuenta del paso del tiempo en una urbe, al que nos convierte en engranaje de la urdimbre citadina.

Decir que la ciudad es el lenguaje de la memoria y la memoria navegación hacia uno mismo, no quiere decir otra cosa, sino que somos seres bifurcados entre lo efímero y lo permanente, entre el irse y el quedarse, entre la cornisa y el abismo. Todos tenemos la necesidad de alejarnos, dejar de ser, para ejercer luego la posibilidad del retorno. De ahí la nostalgia. Esa travesía de las costas hacia el interior. Esa ausencia del exilio que toda migración supone. Ese brumoso velo de una presencia paralela.

Las imágenes del pasado son indispensables cuando de evocar se trata. Tengo la fortuna de que parte de mi trabajo consista en estar contacto con esta clase de imágenes, pero no deja de asombrarme, y para ser precisa, no quiero que deje de asombrarme, el hecho de poder, a través de la fotografía, mirar desde nuestro siglo la imagen de un Tampico que fue de otros y que ahora nuestro. Ese Tampico en blanco y negro, con rostro a veces borroso, difuminado por la humedad y el polvo. Ese Tampico estático, robado al devenir. Me asombra pensar en esas siluetas que aparecen en las fotografías, en las personas que fueron y que ahora sólo ahí, en pequeños trozos de papel, en píxeles anónimos. Me asombra pensar que somos nosotros los que hoy caminamos esas calles, los que entramos al edificio de Hacienda, al Hotel Inglaterra, al edificio del ahora DIF, los que caminamos frente a Correos y Telégrafos, los que damos vuelta en cada una de esas esquinas del tiempo.

Evoco un texto del padre Carlos González Salas, Cronista Vitalicio, titulado “Los fragmentos de una crónica de la memoria”, cito: “Mi infancia en el puerto, los días infantiles que se llenaron de pequeñas alegrías y pequeñas penas, de ires y venires, de sucedidos al parecer sin importancia, constituyen aquella isla de oro y luz inmarcesibles sumergida en el fondo del mar de la conciencia. He buceado en ese mar para rescatar tesoros olvidados entre algas marinas, en la corriente espesa del tiempo. Enlazados a la existencia y palpitaciones de esta mi natal ciudad de Tampico, juegos, sitios, rostros, aconteceres, fragmentos de una microhistoria que allí está, dormida en el pasado íntimo y que es necesario rescatar en fragmentos con miras a fabricar una crónica urbana del recuerdo”.

No me cabe la menor duda, trazar un lenguaje es trazar una ciudad. Seamos los repobladores de la memoria de un Tampico reinventado, propio.